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Ophelia, John Everett Millais |
No todos los maltratos son tan salvajes como los que nos hacen saltar del sofá día si día no, no todos los comportamientos machistas son tan estúpidamente explícitos como las declaraciones del eurodiputado polaco que a todos y todas nos abochornan, hay vejaciones mucho más sutiles pero igual de dolorosas. Hoy quería referirme al maltrato por indiferencia o por menosprecio en el mundo del Arte, si, con mayúsculas, porque eso tan bello y edificante como el Arte también tiene sus trastiendas oscuras donde se respira con dificultad y huele a pis.
Hay tantos casos reconocidos -aunque bastante desconocidos- que no sabría por donde empezar y estoy segura de que habrá tantos de los que nunca tendremos noticia y quedarán para siempre en el olvido que cuando me lo planteo me palpita la vena del cuello con rabia infinita.
Mejor voy a enfriarme y a ir a los datos conocidos; literatura, música, pintura, no importa el ámbito, ni la geografía, ni la época… parejas de artistas donde ellas siempre salen perdiendo:
los poetas Ted Hugues y Sylvia Plath, él la abandonó y ella terminó suicidándose; los escultores Camille Claudel y Auguste Rodin, ella acabó en un psiquiátrico, sumida en la miseria y el delirio; los compositores Robert Schumann y su mujer Clara Wieck Schumann, ella fue ninguneada y obligada por las circunstancias a dedicarse a su marido por completo.
En estas palabras lo resume muy lúcidamente Laura Freixas : “Una mujer con ambiciones artísticas es muy vulnerable porque se enfrenta, por un lado, al techo de cristal, y por otro, a la soledad. A medida que ellos triunfan, les resulta más fácil encontrar una pareja sumisa. A medida que ellas triunfan, les resulta más difícil encontrar a alguien igual”
Pero yo quiero contaros una historia aún más desconocida, tanto, que se ha convertido en leyenda, es un relato trágico y poético y casi una historia de fantasmas, sucedió en el pleno siglo XIX y su protagonista es Elizabeth Siddal, musa de los prerrafaelitas.
La Hermandad Prerrafaelita se fundó en 1848 en Inglaterra y era una asociación de pintores y poetas que evocaban el estilo de los antiguos pintores del Renacimiento, sus artistas más destacados fueron Dante Gabriel Rossetti, William Holman Hunt y John Everett Millais. Por un casual Siddal se convirtió en su modelo preferida y más tarde en la esposa de Rossetti. Y así pasaría a la historia, como la Musa por antonomasia, la modelo perfecta, de hecho se sabe que en el cuadro más famoso para el que fue retratada, la Ophelia de Millais, tuvo que posar durante horas en invierno dentro de una tina sumergida en agua, casi muere por hipotermia, es lo que tiene el amor al arte.
Pues bien, Elizabeth Siddal no fue un mero maniquí a la disposición de esos reputados artistas, esos hombres tan atormentados y de alta cultura, ella fue una mujer que también poseía grandes inquietudes artísticas, pintaba y escribía, poemas tristes y pinturas a la manera de sus “compañeros” de fatigas prerrafaelitas. Pero como suele ocurrir en estos casos, sus dotes artísticas nunca fueron reconocidas, pasó a la historia como musa y ellos tan contentos.
1. Sancta Lilias, Dante Gabriel Rossetti - 2. Lady Lilith, Dante Gabriel Rossetti
Su vida fue tan trágica como su arte, fue adicta al láudano, sufrió las constantes infidelidades de su marido, padeció una larga enfermedad y dio a luz una niña muerta. En 1862, un año después del parto y ya muy trastornada, murió, contaba con 32 años.
Y aquí comienza la leyenda o la historia de fantasmas. Rossetti decidió enterrarla con el único manuscrito de sus poemas. Años después, arrepentido de su acción decidió abrir la tumba y desenterrar los poemas, Elizabeth lucía una cabellera que llenaba el ataúd por completo y mantenía su belleza intacta. A partir de entonces Rossetti aseguró que el fantasma de su esposa se le aparecía a menudo, ¿sufrió un impacto tan grande al abrir la tumba que quedó trastornado? ¿el láudano que la mayoría de prerrafaelitas consumían le hizo ver visiones? o ¿Elizabeth Siddal le asestó desde la tumba su póstuma venganza? Puestos a elegir, me quedo con la última opción, me parece el mejor ejemplo de justicia poética.
Y ahora, volviendo del mundo de los muertos a la realidad más cruda, creo que Elizabeth Siddal bien podría ser la representante de tantas mujeres artistas de su época (y también de otras más recientes, me temo) que pasaron como fantasmas por la historia, que fueron entes invisibles en el mundo del arte y de quienes nada se sabe, marginadas por hombres que debieron apoyarlas y que con su actitud mezquina consiguieron que sus creaciones desaparecieron sin dejar rastro.