martes, mayo 17, 2016

Quiero ser como Dorothy


Siempre he disfrutado del arte, sobre todo con la pintura y la fotografía, no soy una experta ni mucho menos pero desde que en el Instituto estudié Hª del Arte quedé para siempre enganchada a formas, colores, texturas, encuadres … De joven siempre iba sin un duro en el bolsillo, como la mayoría, pero alguna vez que dispuse de ahorrillos compré una pintura a la hermana de un amigo o una fotografía en un rastro, simplemente porque me gustaban, sin ningún afán más. Ahora pienso que a lo mejor se estaba forjando una coleccionista en ciernes sin embargo todo quedó en un intento porque otras prioridades me rascaron el bolsillo.

A mi parecer, el mundo del arte y del coleccionismo se pervierte cuando la prensa lo relaciona siempre con negocios e inversiones, cifras récord, subastas multimillonarias o coleccionistas estrafalarios. Sin embargo de vez en cuando surge una noticia sobre el tema que te reconcilia con la idea del ‘arte por el arte’. Os traigo la historia ejemplar de unos verdaderos apasionados por las bellas artes, una pareja de ancianos norteamericanos, Herbert y Dorothy Vogel que se convirtieron en los años 70 en unos de los mayores coleccionistas de arte contemporáneo del país. Y que tiene eso de especial os preguntaréis, serían unos potentados del petróleo o unos magnates de la construcción con el ‘riñón bien cubierto’… pues no, y aquí viene lo extraordinario de este relato, ambos eran unos humildes trabajadores, Herb empleado de correos y Dorothy bibliotecaria, que vivían en Nueva York. Después de casarse a principios de los 60 tomaron una decisión como poco atrevida, destinar el sueldo íntegro de Herb a la compra de arte mientras con el sueldo de su esposa afrontarían los gastos domésticos.

Aunque no tenían ninguna formación académica su buen gusto e intuición les llevó a adquirir obras que al pasar los años se cotizaron como de gran valor. Se centraron en comprar piezas de artistas jóvenes que empezaban a despuntar y principalmente obra minimalista y conceptual, otras corrientes en boga como el Pop-Art alcanzaban unos precios prohibitivos para la pareja.

Así, como quien compra en el supermercado de la esquina, los Vogel empezaron a acumular en su pequeño apartamento de Nueva York piezas artísticas. El proceso era el siguiente, no iban a subastas sino que conocían personalmente a muchos de los jóvenes artistas, iban a sus casas, observaban directamente el proceso creativo y luego les compraban lo que les gustaba siguiendo un criterio basado en la pura intuición, la única premisa era encontrar algo que les removiera por dentro y después, que la obra pudiera ser transportada en metro o taxi y que además cupiera en su pequeño apartamento de NY. Como veis, algo muy alejado del negocio del arte -que nunca les interesó- y mucho más cercano y familiar en todos los aspectos, de hecho llegaron a trabar un sólida amistad con algunos artistas como Sol LeWitt o Richard Tuttle.

En 1990 era tal la cantidad de piezas que acumulaban que entraron en el Top 200 del coleccionismo internacional. En 1992 decidieron donar su colección a la National Gallery of Art de Washington -museo público de entrada gratuita- continuando así su labor filantrópica. Al poco tiempo también se quedó pequeño para las más de 4000 piezas de los Vogel por lo que decidieron repartirlas por museos de todo el país, de modo que donarían 50 obras a museos de los 50 estados.
En los años 70 fueron portada de revistas y se les hizo algunas entrevistas pero pronto fueron olvidados hasta que en 2008 la realizadora estadounidense Megumi Sasaki filmó el documental “ Herb & Dorothy” y en 2013 su segunda parte  “ Dorothy & Herb 50 X 50”.


Creo que al caso excepcional de los Vogel les va como anillo al dedo aquello de que trabajaron por amor al arte y también vivieron por amor al arte. En una sociedad tan mercantilista y corrupta donde el afán de lucro mueve a la mayoría, la trayectoria de los Vogel es un ejemplo de vida. Solo puedo terminar diciendo que de mayor quiero ser como Dorothy.


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